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México, la corrupción infinita y la fraces de «la cultura de la transa»

México, la corrupción infinita y la fraces de «la cultura de la transa»

El hilo de la madeja #2

México es un país de grandes contrastes. Encontramos en una misma región contrastantes características culturales, económicas, ambientales, etc. Incluso una misma comunidad hoy será de una manera y mañana de otra completamente distinta. En algunos casos puede ser muy progresista y ante otros casos puede ser profundamente conservadora o violenta.

En las tragedias el pueblo mexicano se crece moralmente alimentado por la solidaridad, la empatía, la lucha colectiva por el bien común. Pero en un tris, esa misma masa puede linchar a golpes o quemar a una persona por la pura sospecha o rumor de ser un ladrón o secuestrador. Esta condición de relativismo social ha permeado la historia del país llenando las páginas de su historia y su cultura de luces y de sombras. En este trance los mexicanos, con ingenio que nos caracteriza, hemos creado expresiones regionales y nacionales para explicar y comunicarnos una realidad a veces dolorosa, otras, injusta, y muchas indignante.

En el México posrevolucionario, las expectativas de cambio en las masas campesinas fueron traicionadas por los generales triunfantes de la revolución, que asesinaron a Villa y a Zapata para ahogar los restos de los ejércitos revolucionarios populares. Los sectores de la burguesía sobreviviente del porfirismo reconvertidos en revolucionarios como Carranza, Calles y Obregón, se entronizaron en el poder y se apropiaron ilegalmente de riqueza pública y privada denominándose esto popularmente con el término “carrancear”. La construcción de un Estado centralizado, corrupto, clientelar en la primera mitad del siglo XX, institucionalizó, la corrupción, convirtiéndola en gobierno y en partido, el PRI.

Se crearon nuevas formas, nuevas prácticas, en el grupo en el poder, con su correspondiente corrupción moral. Se gestó el divorcio entre el gobierno y un pueblo, que veía enriquecerse a la clase política y a los empresarios asociados, mientras la pobreza en el campo y las ciudades prevalecía.

Por otra parte surgieron movimientos de resistencia y lucha por los derechos laborales, la tierra y la democracia a los que el gobierno respondió con la represión, cárcel y muerte recrudeciéndose en los años 50´s-70´s. En el país, los mexicanos de a pie, siempre hemos tenido la sensación de que la justicia no existe más que para quien puede pagar por ella. Tenemos la convicción basada en la experiencia de que un sindicato sólo sirve para que les descuenten cuotas en su salario y no para empoderarse como clase y luchar por nuestros derechos.

Esta política partidista, oficialista, de enriquecerse al amparo del poder, primero acaparada por el PRI, pero que en años más recientes se ha diversificado en sus colores, ha dado a luz a otra perla negra de la cultura de la tranza: “un político pobre es un pobre político”.

Y sí, la política es vista como algo impuesto, como algo que se sufre irremediablemente. La política es algo que sirve para enriquecerse, para robar al pueblo impunemente. Frases como el “moche”, “la mordida”, “es un error vivir fuera del presupuesto”, “el que no transa no avanza” han emergido del ingenio popular. Y para mantenerse pegados a la ubre presupuestal, se perfeccionaron en el fraude electoral, robarse los votos, controlar a la masa mediante dádivas, limosnas electorales:

despensas, becas, programas sociales clientelares y asistencialistas, que no sacan al pueblo de la pobreza, sino que los mantenían en el redil de los partidos. “Maicear” se le llamó, ampliándola a organizaciones, líderes, partidos, a todo el que se necesitara para votar, movilizar, controlar.

El fraude electoral creó también un florido repertorio: “El haiga sido como haiga sido”, el ratón loco, el carrusel, la operación tamal, los dedos quemados, urnas embarazadas, las campañas negras del “peligro para México”, el “terror al populismo chavista”, y un larguísimo etcétera, ilustran la versión política de la corrupción política; la creatividad de la cultura del fraude electoral utilizado durante décadas para impedir que ganara la oposición, principalmente la más alineada a la izquierda institucional, no dejarlos pasar en ningún puesto de elección, pero sobre todo en la presidencia de la república que frenó a Cárdenas en 88 y a López Obrador en dos ocasiones hasta su inevitable triunfo el pasado 2 de Julio.

Eso sucede después de 5 sexenios de neoliberalismo del PRI y el PAN, coronados por la imposición de las cacareadas reformas estructurales que no han significado más que reorganizar y profundizar el saqueo de la tierra, las materias primas, las aguas, la propiedad comunal, la expropiación de la propiedad pública y social en beneficio de la clase política y sus aliados de la burguesía nacional e internacional; la supeditación de las políticas públicas al poder económico internacional, a sus organismos trasnacionales como la OCDE y el FMI con la consecuente pérdida de soberanía.

La corrupción infinita permitió y promovió el ascenso del narco y el crimen organizado macro y micro en México con un impacto devastador de la paz pública, expandiendo como nunca la violencia, la muerte, y participación masiva de personas en la siembra, transporte, venta, vigilancia, explotación, etc. de la industria del narco. Lo hasta hoy reportado por investigadores del impacto en la cultura popular para deprimir:

los narco-corridos que hacen apología del crimen, la aspiración infantil y juvenil de ser futuros narcos, la defensa comunitaria de las bandas y sus líderes.

La violencia toca a la puerta de todos, omnipresente en el espacio y el tiempo. Como víctimas todos hemos sido atracados por lo menos una vez y agradecemos que “sólo” nos hayan quitado nuestras pertenencias. Muchos han sido los muertos en la guerra “contra el narco” que es sabido por el país entero, sólo sirvió para cambiar el dominio de un cártel por otro, pero que llevó al país a una vorágine de violencia, muerte y descomposición social.

El término de más reciente cuño para prácticas criminales es el “huachicol”, que refiere al robo de combustible de los ductos que los transportan de las refinerías a los centros de distribución o el robo masivo de delincuentes de cuello blanco desde las refinerías e instalaciones de PEMEX por la banda de huachicoleros organizado desde el gobierno, el sindicato, los dueños de las gasolineras, las grandes empresas transportadoras, etc.

Todos lamentamos lo sucedido en Tlahuelilpan, Hidalgo. Pero los huachicoleros de cuello blanco no corrían ningún riesgo de que les explotaran los ductos, mientras al huachicolero de a pie se le permitía el robo de hidrocarburo para encubrir a los de altos vuelos. En el pueblo llano, quienes participaron en el negocio, aliados o independientes de las grandes mafias, muchos se justificaban con frases como: “de que se lo chinguen ellos a que me lo chingue yo, pues…” o “total es petróleo es del pueblo y el pueblo somos nosotros”.

Cinismo y corrupción social generados, promovidos desde el poder, que así cumple su histórica labor corruptora. “Yo huachicoleo, tu huachicoleas, nosotros…”. Es así que en este momento, este verbo resume una realidad histórica que tanto aborrecemos y que como nación quisiéramos arrancarnos y no hallamos cómo.

Los mexicanos nos acostumbramos a que nos robaran, a nuestra vulnerabilidad ante el poder, a que los poderosos de siempre usurparan nuestro derecho a elegir el rumbo de la nación, al descaro e impunidad de los de arriba. De ahí se da un paso a la complicidad, a la aspiración a ser de ellos, amplios sectores sociales sueltan el ¿por qué no? , surgido del juicio social disminuido.

Pero, estoy convencido que en las entrañas del pueblo mexicano, como lo señalé al principio de la columna, así como reside ese cinismo, también hay fuertes y extensas vetas de honestidad, de voluntad de cambio, de vergüenza, de solidaridad con nosotros mismos. Esa fuerza es la que se expresó en el movimiento estudiantil del 68, la del 10 de Enero de 1994 zapatista, la del 88 cardenista, la de los movimientos estudiantiles contra las cuotas, la del movimiento magisterial que se opuso a la reforma educativa; y por supuesto que es la protagonista del pasado 2 de Julio.

Aquí sí coincido con la frase zapatista ¡YA BASTA! Fue esperanzador ver a la mayoría de los formados en las filas de las gasolinerías, con resignación y esperando que efectivamente sea un signo de un viraje que acabe con la corrupción. Un paso importante para cambiar la cultura. Nos preocupa, al ver algunos acompañantes del nuevo presidente, que no se cumplan las expectativas. Pero también es hora de que los cambios los realicemos y los promovamos desde abajo, romper con el paternalismo auto infligido. Porque el fracaso rotundo del gobierno de Andrés Manuel en este terreno es esperado por los hoy derrotados, y el regreso de ellos sería un amargo trago que nadie quiere probar.

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